lunes, 1 de agosto de 2011
Sos el diente que Agustina no tiene
Agustina no tiene un diente. Eso me dice Santi, que le falta un diente. No es un diente, me explica después, es la muela primera, "la que viene después del incisivo mayor, ¿ubicas?", no le alcanzo a decir que me parece raro que se sepa de memoria los nombres de los dientes porque no puedo dejar de imaginar ese vacío en la risa de Agustina, Agustina que pudo haber sido una Romina Yan a los trece, una Bettina O'connell a los deciseís, una Romina Gaetani a los veinticuatro, Agustina que si se dejara de poner el pelo de colores que no existen y que coinciden, tristemente, con los que podría elegir nuestra tía Vero, si se olvidara para siempre del modal y se diera cuenta de que el pueblo judío tiene muchas cosas buenas pero el estilo cotidiano de barrios como el once no es una de ellas sería la chica más preciosa de todo el continente americano. Tiene unos ojos de gato, verdes y sensuales, que desde que soy mínima me hacen sentir, eternamente, la negrita Manuela que sirve empanadas el 25 de Mayo. Y así era, Agustina Mariquita Sánchez de Thompson, Agustina en miriñaque, Agustina la mujer entre los hombres de la Revolución y yo, la cara pintada con un corcho quemado que mi madre NUNCA logró cubrir de manera homogénea, la boca sobresaliendo roja y africana, el pañuelo en V sobre los hombros con una canasta de pastelitos en la mano deambulando sola al fondo del escenario, en el rincón de los sirvientes de época. Y ahora me hace esto: ¡pierde un diente y no lo repone! Ella, que me opacó desde mi primer día de vida, tiene el tupé de ahora, a los 30 años, andar desdentada por ahí. ¡Es una vergüenza! Que hubiera engordado un poco me vino bien: yo adelgacé y la diferencia entre su belleza europea y exótica y mi simpatía menudita de ojos marrones se equilibraba un poco en la magia de una justicia divina. Pero que vaya perdiendo dientes me pone muy mal, de alguna manera ella también me representa, es la prima-linda, la prima-buena, la prima-éxito, ¡que se ponga el diente, que alguien le ponga el diente, que encuentren a ese diente por favor! De estas cosas hablábamos con Santi cuando le leo un mail en el que encuentro que un italiano me seduce tiernamente. La frase era inequívoca: me decía que había ido a un bar gay pero que no era gay, que yo no tenía que preocuparme, y ahí, pícaro, agregaba un emoticón guiñando un ojo. Pero Santi, que es un reverendo inquietador (le encanta inquietar a la gente, lo veo gozar inmensamente en la más mínima angustia ajena), decide interpretar otra cosa: él interpreta que el italiano es bi. Que lo que me está sugiriendo ese emoticón es un "no te preocupes que me gustan los tipos pero a vos también te voy a coger". Y no es eso lo que dice el italiano, el italiano dice otra cosa, clara y precisa: "gusto de vos". Pero el odio que me despierta la absurda lectura de Santi me hace vociferarle, nerviosa y sacada, "sos un desgraciado, sos una mierda, sos el diente que Agustina no tiene". La frase no tiene ningún sentido. Sin embargo, nos hizo reír durante quince minutos y sentirnos dotados, talentosos y felices. Mejor seguir así, en el divague pero que inspira.
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